domingo, 2 de agosto de 2009

Desconectar

Entre todos nosotros está muy extendida la creencia de que pasar periódicamente cierto tiempo alejados de nuestros quehaceres cotidianos nos devolverá las fuerzas perdidas durante el resto del año y pondrá a cero nuestros marcadores del tedio y la apatía ante el trabajo y la rutina. Tal práctica no es más que otra de las muchas dosis de placebo que nos administramos a lo largo de nuestras vidas. Cuando pronunciamos frases del estilo de "Necesito unas vacaciones" o "Me hace falta desconectar", lo hacemos con la esperanza de que a la vuelta todo aquello que no soportábamos de nuestro trabajo se torne de repente más liviano y llevadero. Desgraciadamente, esta ilusión comienza a desmoronarse la tarde anterior al primer día de trabajo. En ese momento, la obligación de programar la cena algo más temprano de lo que en realidad nos gustaría y de acostarnos a una hora prudente nos recuerdan que, tras el amanecer, los días de asueto y autocontemplación formarán parte del pasado.
Cuando abrimos una bolsa de patatas fritas o de cualquier otro aperitivo, no solemos conformarnos con probar sólo una. El recuerdo de ese sabor en nuestro paladar, por reciente e intenso que sea, no puede sustituir al placer de volver a experimentarlo una y otra vez. Del mismo modo que saborear nuestro manjar favorito sólo nos sacia durante unas horas, la sensación de relajo y tranquilidad que anhelamos (y a menudo encontramos) durante las vacaciones pasa a formar parte de la historia a la par que las propias vivencias vacacionales.

La expresión "desconectar" refleja a la perfección la ironía de las vacaciones. Quizá logremos evadirnos durante un tiempo y, como si de un electrodoméstico se tratara, cortar cualquier vía de alimentación con la realidad. Sin embargo, tan pronto volvemos a la rutina, el flujo se restablece con la misma fuerza e intensidad de siempre.
Con este ánimo comienzo a disfrutar de mi